Reflexiones a la luz del sol

Adoradores del Sol

El solsticio de verano

 

 

 

 

 

Desde nuestro punto de vista sobre la tierra, el sol aparece en horizonte en el oriente para abrir el día, se eleva en el cielo hasta alcanzar algún punto máximo de altura sobre nosotros y desciende hasta ocultarse en el lado opuesto. Ese aparente movimiento es producido por la rotación de la tierra sobre su eje. Aquel punto máximo de altitud que el sol alcanza cada día parece aumentar y luego disminuir durante el ciclo de un año. Los extremos de esta altitud, indican que la tierra está en cada uno de los límites de su rotación elíptica alrededor del sol, lo que también produce el día más corto en invierno y el más largo en verano, pues al dejar de alejarse la tierra del sol para acercarse nuevamente permanece mayor tiempo a una misma distancia de este. Precisamente el término solsticio proviene del latín solstitium, cuya raíz se traduce como sol estático o detenido.

Si desconociéramos la explicación científica de estos principios naturales podríamos observar que el sol, luego de estar prácticamente sobre nosotros a medio año, disminuirá su altura máxima cada día, hasta elevarse apenas un poco sobre el horizonte a fin de año y podríamos pensar que seguirá descendiendo hasta definitivamente dejar de iluminarnos. Con ese presentimiento las primeras civilizaciones hicieron ritos para revivir al sol, pues siempre se han apreciado sus efectos sobre la naturaleza, de la que la humanidad forma parte.

Culturas antiguas de todo el mundo, entre ellos los Romanos, con su Natalis Solis Invicti, celebraron el solsticio de invierno como la muerte y nacimiento de un nuevo sol, celebración que el catolicismo suplantó por el nacimiento de Cristo entre los años 354 y 360, en la era del Papa Liberio. Siguiendo la coincidencia de interpretaciones simbólicas en cuanto el renacimiento de la luz y el calor, en representación de la sabiduría y el bien durante el solsticio de invierno, en verano el astro comprueba su supremacía sobre la oscuridad.

Según el calendario moderno, el solsticio de verano ocurre el 20 o 21 de junio (05:04 horas del 21 de junio en 2013) y el de invierno el 21 o 22 de diciembre (17:11 horas del 21 de diciembre en 2013).

El triunfo de la luz sobre la oscuridad en la tierra y la consecuente renovación de los ciclos naturales de esplendor y decadencia, de frío y calor, está ligado a interpretaciones filosóficas antiguas sobre el bien y el mal, la vida y la muerte.

Nuestras reflexiones con motivo del solsticio de verano, alegórico triunfo del bien, deben tener una aplicación práctica en nuestra vida. Es momento de reconocer y celebrar lo que hemos logrado; de valorar en qué medida hemos luchado contra nuestros defectos, de apreciar los frutos de nuestros estudios en tanto nos hacen mejores personas en beneficio propio y de quienes nos rodean.

Después del solsticio de verano, la tierra emprenderá de nuevo un recorrido por el espacio que la llevará cada vez más lejos del sol. Confiamos en que este ciclo natural se repite permanente. Pero tal como lo dudaron nuestros ancestros e hicieron rituales para pedir al sol renacer, así debemos ofrendar nuestro trabajo y dedicación al bien común para alcanzar el perfeccionamiento de la humanidad, iniciándola desde nuestro interior.

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